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Vida en Alto Contraste

Foto del escritor: AlysiaAlysia

Actualizado: 5 may 2022



Llegar pedaleando a la Huasteca Potosina es algo que llevábamos soñando desde que inició este viaje. No sabíamos cuándo ni con quién viviríamos ese momento, y yo por poco hasta creí que me lo iba a perder. Después de un mes en el que Tecas, Delta y yo nos estacionamos en Veracruz sin rodar— mi bici desarmada y en una caja de cartón—retomamos el manubrio y la vida en cámara lenta justo a tiempo para alcanzar a quienes ahora nos esperaban para cruzar juntos a la meta: mi papá, Jenny y Luna – una nueva e inesperada acompañante felina que aún teníamos por conocer.


Cascada de Tamul, un río que cae sobre otro río.

Entre todos los que nos encontrábamos en la Huasteca, parecía haber algo en común: desde la flora y la fauna endémica de la zona, los cañeros y campesinos, los turistas, deportistas y hasta la misma CFE, todos estábamos ahí por el agua. Para quienes no la conocen, la Huasteca es uno de los territorios más abundantes en agua que he visto en mi vida, ya que por donde mires encuentras un nacimiento, manantial prehistórico, cascada, río ¡y hasta un río que cascadea sobre otro río! En fin, pareciera una infinidad de agua. Muchos dependen de ello para sobrevivir, mientras que otros fuimos atraídos por su energía, su vitalidad y su distinguido color turquesa. De hecho estas aguas son donde Tecas desarrolló mucho de su conocimiento y técnica como kayakista, y donde ha tenido la oportunidad de compartir esa información con nuevas generaciones de navegantes del río.



Justo nos tocó coincidir con el curso que impartió a Jonathan, un entusiasta aprendiz de río que solía ser guía con Ruta Huasteca, y que ahora buscaba profundizar sus habilidades y vencer ciertos miedos que se acumularon con una mala experiencia. Fue indescriptible la transformación que pudimos presenciar frente a nuestros ojos mientras fue fortaleciendo poco a poco esa seguridad y control de si mismo. A través de la experiencia de Jonathan y la instrucción de Tecas, pude descifrar que el saber dominar un kayak usando el remo como si fueran extensiones del cuerpo es sólo la mitad del chiste de este deporte. Además, debes aprender a leer, prr, reaccionar e interactuar con todas las diferentes variantes y patrones que se manifiestan en el agua, creando una relación tan íntima como si fuera tu pareja de baile. Si el río pone el pie izquierdo al frente, tu metes el remo derecho atrás. Cuando el rio avanza, retrocedes. Te jala de la cadera, y giras. ¿En que dirección? Déjate guiar por sus empujones, hasta que te deslice por debajo de sus piernas y des una pirueta bajo el agua.



Y así fue como mi cuerpo y mente relacionaron el gran desafío del kayak con los movimientos de una danza, permitiéndome fluir de una forma que me fuera más familiar. Imaginaba que me deslizaba sobre una enorme pista de baile con un

suave bailarín de pies muy ligeros. Cabe mencionar que Jenny es bailarina y maestra profesional de salsa y bachata en Canadá, y que nos tuvo dando vueltas y calentando caderas con una clase improvisada de salsa en el comedor del hotel justo la noche anterior a nuestro estreno con el Río Micos.



Pero como suele resaltarnos este cicloviaje, la vida está llena de contrastes. Un minuto puedes estar batallando en subida, sobre piedras y terracería, y bajo un solazo del cual parece imposible esconderse… pero a la vuelta de una curva te topas con la bajada que tanto esperabas, junto con la sorpresa de un asfalto tan liso que ni parece México, y para acabar, una nube gigantesca que con el viento de tu velocidad hasta te da escalofríos, y te preguntas si vale la pena frenar para ponerte una chamarra. Así nos ha pasado literalmente en la bici. Y tan sólo unos días después de estar saltando cascadas y acampando bajo la lluvia, nos encontramos pedaleando en medio del desierto a menos de 5 grados. Para pedalear en la madrugada nos cubrimos con varias capas para romper el viento, con cubre bocas para mantener húmedas nuestras gargantas, y hasta con calcetines en las manos a falta de guantes apropiados. Buscar un lugar para descansar no era fácil con la escasez de sombra y el poco espacio que no estuviera cubierto de cactuses y otras plantas espinosas.



Nuestra meta era llegar a un lugar que llaman “El Tecolote”, donde vive un tal Jefe del Desierto, para pasar la última noche del año 2021. Para variar, su casa resultó estar mucho más lejos de lo que prevenían desde los más conocidos pueblos Real de Catorce y Estación Catorce. Esta confusión en la que 5 km se convierten en 13, o 10 km en 27, es algo que nos pasa bastante seguido, y tiene que ver con que la mayoría de gente viaja en auto— lo cual suele distorsionar nuestra percepción o noción de un espacio y sus distancias. Sin embargo, hay una persona que conoce como la palma de su mano cada metro cuadrado de este vasto desierto, ya que lo lleva recorriendo a pie toda su vida y no por nada se gana el título de Jefe.



He tenido el honor de conocer a unos cuantos seres tan excéntricos como él en mi vida, pero no sabría describir exactamente lo que se siente estar en su presencia. De alguien que ha vivido cosas que me tardaría toda una vida para entender, cuyo conocimiento y visión rebasan por completo mi capacidad de siquiera dimensionarlos. Además de siempre vestir con el uniforme militar, Don Luis Bustos alias el Jefe, lleva los últimos setenta y tanto años viviendo en medio el desierto, desde el día que nació. Aquellas características que son tan contrastantes para quienes no crecimos ahí, no sólo son su normalidad sino fueron su maestro. Y no existe ninguna otra escuela ni universidad que te pueda ofrecer ese tipo de educación. Él ahora es guía para los cardúmenes de extranjeros y aventureros que llegan cada año, pero aún recuerda los tiempos en que no aterrizaba ahí ni un alma. El desierto se ha vuelto un destino bastante cotizado para escapar un rato de nuestra propia realidad, presentándose como un inmenso pizarrón en blanco sin distracción alguna. Éste en particular es además muy visitado por su abundancia de medicina ancestral conocido como peyote.



Nuestra visita, seguramente como la de muchas otras personas, fue demasiado breve, y eso a pesar de que la bici te hace sentir que todo pasa más lento. Llegamos casi anocheciendo con el último atardecer del año en el fondo de nuestra última pedaleada del año. Y eso sí, ningún otro ecosistema le gana al desierto en sus espectáculos del cielo. Por la noche las estrellas parecían colgar como candelabros sobre nuestra casa de campaña, aunque eso pudo haber sido un efecto de la medicina… Encontramos un tronco —el único grande y seco que había en nuestro alrededor— e hicimos una fogata para conmemorar el cierre de tan hermoso ciclo. Esa noche sentí que el tiempo tomó un largo suspiro, mientras yo me acurrucaba entre cuatro sacos de dormir y Delta sobre mis pies, todos pegaditos el uno al otro esperando los fríos desérticos. Pero nunca llegaron. O al menos no a nuestra casa. Me dormí saboreando el calorcito, el silencio y oscuridad total, sabiendo que la próxima vez que abriría mis ojos sería el inicio de algo nuevo.



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