Hace aproximadamente un año, llegó a la puerta de mi casa y envuelto en una caja de cartón uno de los mejor regalos de mi vida.
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Pero no me refiero a la bicicleta en sí. La bicicleta es sólo su presentación material. Algo que se compró, que se puede volver a envolver, a vender, o para el cual se podría buscar otro dueño en caso de que yo ya no la necesite. Lo que mi papa me regaló ese día fue la oportunidad de lanzarme a un sueño, la libertad de hacerlo a mi manera, y su fé en que lo podría lograr. Por lo que para mí, esta experiencia ha sido un regalo desde su inicio, y ha ido transformando lo que un regalo puede llegar a significar para mí.
Yo crecí en una sociedad donde el dinero se "gana". Ganar, según el diccionario de Google, significa "conseguir una cosa tras mantener un enfrentamiento, disputa, o competencia con otra persona, ejemplo: ganar una medalla." También crecí en una sociedad donde el dinero lo compra todo y hasta te puede llevar a la luna, literalmente. Nos acostumbramos a adquirir todo a través de transacciones sin sentimiento que me costó algo de trabajo aceptar este regalo tan grande, incluso de mi propio padre. No tenía los fundamentos para entender lo que significaba porque en mi cultura no se prioriza. Nos dicen que lo que se regala no se aprecia igual. Que los humanos no entendemos el valor de las cosas regaladas, sólo de las que nos ganamos. Una cultura que de cierta forma desprecia lo que es "gratis", o más bien, por lo que no se pagó con nuestro dinero.
Sin embargo, en muchos lugares de México, sobre todo en los pueblos, he observado otras maneras de interpretar ese acto tan bonito de regalar. Supongo que se vincula a la antigua tradición indígena de ofrendar, por lo que la gente está más habituada a expresarse a través de los obsequios y detalles que se comparten regularmente. Hay regalos muy grandes y otros más pequeños, pero me llama la atención el trasfondo que siempre lleva cada uno de ellos. En primer lugar, un regalo nunca se desprecia— se acepta, además, con una motivación ética de ameritarlo y el compromiso de devolverlo, e incluso cuando se pueda, de superarlo. Por estos rumbos, los regalos no son de a "gratis". Es decir, no porque no tengan un valor monetario significa que sean vacíos ni ligeros. Al contrario, tienen mucho peso y van cargados de una voluntad ajena, generalmente acompañado de pensamientos y deseos positivos. Al menos así lo he sentido de las personas que se cruzaron en mi camino y con quienes tuve la hermosa experiencia de compartir un regalo.
A lo largo del viaje, hemos dado y recibido muchos, muchos regalos físicos, entre ellas frutas, hierbas, artesanías, fotos, prendas de ropa y cosas de bici.
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Sin embargo, los verdaderos regalos no son los objetos mismos, sino las intenciones con las que nos llegan. Mi jarana, por ejemplo, fue un regalo que para mí refleja mucha pasión y goce por la música—un gesto tan bello e inesperado que diario me inspira a serle digna y me enfoca en tocarla mejor. El regalo que puede llevarme a la luna.
Al final de cada estancia, a Mariana le gusta regalar una de sus fotografías que ella misma tomó, editó, imprimió y envolvió para nuestros anfitriones, lo cual definitivamente se ha convertido en mi parte favorita de nuestro ritual de despedida.
Justo venimos llegando de un armonioso par de días en el pueblo de Cuautempan, donde abundaron los regalos desde que aterrizamos en la plaza municipal. Nos recibieron con un aromático incienso de copal que primero saludó nuestros sentidos, la dulce melodía y danza típica de Xochipitzahuatl, y unos collares y ramos de flores que nos vistieron para la ocasión. Aún me conmueve recordar las miradas de plena sinceridad con las que nos invitaban a conocer y a disfrutar de sus riquezas, tanto culturales como naturales. Miradas auténticas que reconocían el valor de lo que nos ofrendaban, y alegres al encontrar un reconocimiento y agradecimiento recíproco.
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A lo largo del viaje, también hemos tenido la oportunidad de experimentar con otro sistema económico muy antiguo: el famoso "trueque" neolítico. Al igual que con el regalo, siento que cuando quitas el dinero de por medio, se vuelve más visible y personal el valor que le damos a las cosas, y se aprecia de otra manera el "trabajo" del otro. Me parece alucinante cuando compartimos canciones, fotos y videos con quienes también nos han compartido de su arte, conocimiento, o servicio— sea danzante, cocinera, o guía de turismo. Lo que más me puede emocionar al tocar música en la calle es que se acerque otro músico que toca en la calle y formemos un espontáneo intercambio cultural— lo cual nos toca frecuentemente en los mercados y pueblitos.
Ademas, el trueque estimula la creatividad constantemente, porque para cada trato el contexto y los intereses son diferentes. Nos motiva a explorar nuevas habilidades y a buscar diferentes aprendizajes o experiencias que queramos intercambiar. Nos pone cara a cara con creadores y productores en lugar de escondernos detrás de billetes e intermediarios. Pero sobretodo, nos deja ver otra perspectiva de vida y a lo que realmente le damos valor de la nuestra.
Mucha gente nos ha preguntado acerca de cómo sobrevivimos y sobre los lujos que hemos carecido al elegir este estilo de vida... pero eso depende de lo que cada quien considere que es sobrevivir y que es un lujo. Para mí, apenas lo voy descubriendo...
Les invito a reflexionar, o para quien se anime, a comentar y compartir, ¿Qué fue lo último que truequeaste, intercambiaste, regalaste o recibiste como regalo? ¿Qué te hizo sentir?
Hace unos días en el trabajo, una compañera se acercó y me dijo te había estado buscando, quería darte algo, y saco de su bolsa del pantalón un pulsera de hilo con el símbolo del infinito, y un par de aretes de mariposa, le pregunté el porqué del detalle, ella respondió diciendo gracias fuiste de las pocas personas que me brindo apoyo en los primeros días que llegue y no sabia del movimiento del área. yo sentí bonito y le respondí, que conmigo habían hecho lo mismo y que de eso se trata, de hacer sentir a la persona en casa.