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Genera un sentimiento muy peculiar iniciar algo que llevabas tanto tiempo esperando, mentalizando, y soñando. La noche anterior a nuestra partida planeada, no me pude dormir de los nervios, la ansiedad y la emoción por lo que venía. Fue una de esas noches en las que mi mente se desbordaba con todo tipo de pensamientos, positivos y negativos. Después nos confesamos que sentimos mucho alivio al despertar esa mañana con nuestras alarmas a las 5 am. y ver la magnitud del ciclón Gamma, el cual nos regalaría un día más en Tulum. Terminamos saliendo con un día de retraso, pero con el aire refrescado, el cielo despejado, y una mayor tranquilidad mental y emocional. Al fin y al cabo después de la tormenta dicen que viene la calma.
Hoy que escribo esto, cumplimos exactamente 3 semanas de rodaje, y hemos vuelto a despertar ahora con la tormenta tropical Zeta regalándonos un día más de descanso en Mérida. Bromeamos entre nosotros que pareciera que vamos cazando huracanes, pero es que en realidad estas tormentas del alfabeto griego han influenciado sustancialmente a lo largo del trayecto. Cuando uno viaja en bicicleta y duerme al aire libre en hamaca o en casa de campaña, terminas prestando mucha atención al pronóstico y a las condiciones climáticas. Por ejemplo, debido al impacto de Delta y en precaución a Epsilon, decidimos cambiar nuestro itinerario y nos fuimos directamente a El Cuyo en vez de pasar por la isla Holbox. En ese pequeño pedacito de playa donde elegimos armar nuestro campamento fue que conocimos a nuestra cachorrita: Delta— ya que el huracán también desvió su rumbo y la llevó a encontrarnos de manera inesperada, pero destinada.
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Me gusta pensar que el vivir en este estado más vulnerable al entorno y todos sus habitantes nos ha hecho desarrollar un poco más el sentido de la intuición. Que nos está enseñando a vivir más instintivamente. Saber cuándo seguir. Cuándo parar. Encontrar ese paso en el que nos sintamos agusto. Distinguir entre nuestros deseos y nuestras necesidades. Y sobre todo, poderlo comunicar con el resto del grupo. Nuestra familia se ha multiplicado de dos a cinco individuos: cinco personalidades, cinco apetitos, cinco ritmos internos, cinco maneras de hacer las cosas. Vivir en sincronía todo el tiempo no sólo es difícil sino imposible, pero estamos aprendiendo a leer los ciclos y comportamientos de los demás para encontrar un punto en el que todos podemos ser y convivir.
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En cuanto a nuestro día a día, nos gusta despertar lo más temprano posible para sacarle ventaja al sol de mediodía... cosa que no siempre sucede. El desayuno puede variar muchísimo, pero siempre procuramos apurarnos por lo mismo. Cosa que tampoco sucede siempre. En general, nuestras comidas dependen mucho de lo que encontramos en el camino, ya sea en tienditas, en puestos de antojitos, o si tenemos suerte, lo que nos ofrezcan nuestros generosos anfitriones. Hasta hoy puedo decir que uno de los placeres más grandes fue después de una pedaleada durante horas bajo el sol, comprar una sandía en el mercado de Panabá, y llevarla a la cocinita de enfrente para que nos prepararan una agua, fría y con hielo. ¡Uffff! Son esos momentos que me doy cuenta que en éste y muchos otros aspectos, la bicicleta me ha ofrecido una experiencia increíblemente diferente a cualquier otra forma de viajar. El tiempo y el esfuerzo físico que requiere me hacen percibir todo a más detalle, con mayor atención, y con aún más apreciación y gratificación hacia los pequeños goces de la vida.
Según la regla de oro, sólo se necesitan 21 días para que una acción se convierta en hábito. Justo cerrando nuestra tercera semana de viaje, puedo decir con certeza que aunque no me he asentado en ninguna rutina, empiezo a acostumbrarme a este flujo cicloviajero. Ya les contaré cuando hayan pasado 90 días si logro transformar ese hábito en un estilo de vida.
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